jueves, 26 de septiembre de 2013

El silencio es mujer.

Se había pasado toda la noche disertando sobre su nueva novela, con aires de gran triunfador culminando  el monólogo  en el que se había convertido la charla con la  maldita frase: y eso puedo demostrarlo en la próxima página.
Idiotas, aduladores, algún intelectual  resentido, fracasados, imbéciles  y Bárbara.
Ella obligaba todo un capítulo aparte, y el muy  hijo de puta se lo había dedicado  en la novela que presentaba esta noche, una descripción impecable y minuciosa de las miserias más profundas de mi hermana.
Sentí  toda mi vida que Bárbara  era mi responsabilidad de hermano mayor, cuando eligió a Marcos me sentí dichoso.  Eso fue hasta  el día que él  se presento a  la oficina  buscando complicidad para voltearse a la rubia tetona que tenia de agente. No es que yo sea un santo, lejos de eso, pero era mi hermana después de todo.
 Esa y algunas más le conozco no quiero imaginar las que no conozco.
Al principio y hasta hoy no me interesaban demasiado sus aventuras, ni sus manipulaciones veía a Bárbara bien o presumía eso para que mi conciencia durmiera tranquila. Tampoco  nunca recibí  algún signo de ella que indicase lo contrario.
Estamos todos cómodamente  bebiendo  y a Marcos  se le ocurrió leer unos párrafos, allí describía  a Bárbara,  mostraba todos sus miedos desde culinarios hasta sexuales. Rincones del cuerpo y del alma que no debían compartirse.
La mire  y vi  un maniquí, inmóvil, vacía, con los ojos muy abiertos y los labios muy cerrados. La palidez de su cara se desdibujaba  en ese vestido de diseñador que había elegido en un inmaculado color blanco.
Todos soltaron una carcajada, luego derivaron a otros temas que consideraron más importantes.
Me despedí,  a Bárbara le di un  gran abrazo y a Marcos lo salude de lejos  solo levantando la mano  en señal de protesta. Mal parido ojala sea un fracaso esa novela de mierda.


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