A un paso.
Nacimos casa por
medio, en los tiempos en que los patios estaban divididos solo por un alambre
oxidado, totalmente inútil ya que perros y chicos lo ignorábamos rotundamente.
El es unos meses más
grande que yo pero somos amigos desde que tengo memoria. Recuerdo aquella
travesura de cuarto grado cuando aflojamos los tornillos del pizarrón, la pobre
señorita Ester se retiró entre llantos y dolores con el saldo de un dedo
quebrado. Compañeros incansables de pelota, fruta robada y ring raje.
Hoy con un par de
décadas encima, algunas canas y no sin
asuntos pendientes apareció Sofía en nuestras vidas. Juan parecía un zombie
enamorado, suspiraba por ella y para ella.
Desde ese momento cada vez que nos encontramos uno de los
dos siempre está enfadado comenzamos con un simple intercambio de palabras para
transformarlo en una acalorada discusión. A veces es sobre política, otras sobre trabajo, el
abogado penal, yo veterinario; otras
sobre la familia y mi eterna soltería.
Ya son cerca de las once de la noche, estoy en el
consultorio con un viejo labrador al cual le queda poco tiempo, no sé porque siento una desazón
particular.
De pronto se escucha un golpeteo de dedo índice en la
vidriera, enojado me asomo, es Juan, sonrío y le abro.
Entra, es una piltrafa, lleva creo un día sin bañarse y ha bebido demasiado. Le pido que se siente, con calma le preparo un café bien cargado y
me dispongo a escucharlo sin quitar la
vista del labrador que respira con dificultad.
El rosario es sobre Sofía obviamente, el fue a ofrecerle
matrimonio ella le pidió un tiempo se sentía ahogada y exhausta.
Me conmovió su llanto, me parecía volver a verlo niño,
estaba tan cerca, el beso hubiera aclarado todo mi mundo.
Golpee de una palmada su espalda a lo hombre pensé, me lo lleve a casa a él y al
labrador, se avecinaba una larga noche.